Todos aquellos aspectos, sensaciones, emociones, sentimientos «inaceptables» que una persona alberga sobre sí misma conformando su ego, constituyen la proyección, estos aquí se presentan como externos, ajenos, constituyendo «lo que no soy». Estos aspectos se proyectan al exterior, a los demás y acaban conformando su sombra, la parte no reconocida de uno mismo. Una de las consecuencias de esto es que el sentimiento que el individuo tiene de sí mismo se reduce, mientras que su sensación del amenazante «lo que no soy» va en aumento. Esto a la postre lleva a que se muestre en forma de diferentes «síntomas» todas las distintas formas de enajenación; y serán los mismos síntomas y su seguimiento las claves para la resolución del malestar y empequeñecimiento psicológicos.
En este sentido, examinemos una proyección corriente. Tal vez no haya nada más molesto que la sensación de «ponerse en evidencia»; quizá tengamos de pronunciar un discurso, actuar en una obra teatral o recibir un premio, y nos inmoviliza la sensación de que todo el mundo nos esta mirando. Pero hay mucha gente a quien no le pasa esto en publico, de modo que el problema no debe estar en la situación misma, sino en algo que hacemos en esa situación. Y lo que hacemos, es proyectar nuestro propio interés por la gente, de modo que parece que todo el mundo se interesara por nosotros. En vez de mirar activamente, nos sentimos mirados. Como prestamos nuestros ojos al publico, el interés natural de éste por nosotros parece desproporcionado, inflado, un interés monstruosamente concentrado sobre nuestra persona para observar cada movimiento, detalle, acción. Como es natural, eso nos inmoviliza, e inmóviles nos quedaremos mientras no nos animemos a recuperar la proyección, a mirar en vez de sentirnos mirados, a prestar atención en vez de sentirnos el centro de ella.