Hay muchas personas que han notado ciertos efectos emocionales de la pandemia. Si ya antes de la pandemia no tenías muchas relaciones sociales no te habrá afectado, pero algunas personas con grandes relaciones sociales, eso les ha afectado emocionalmente.
Sin embargo, para muchas personas que viven solas o tienen pocos vínculos sociales o familiares, el fin del confinamiento significa que están volviendo a estar en contacto, al menos durante el primer mes, ya que las personas están interesadas en conocer la salud de los conocidos y ser conscientes de sus necesidades emocionales. Para conectar, especialmente para apoyar a los que no han tenido a nadie más en casa. Efectos emocionales de la pandemia.
Pero está claro que las restricciones impuestas o levantadas en el acceso, y cuando terminan las cuarentenas, muchas personas reanudaron las reuniones de manera diferente a como lo hacían antes. No solo se trata de elegir con quién reunirse y a quién esperar a ver cuándo todo es más seguro, sino que hay que reducir la probabilidad y hasta las ganas con la medida de la distancia y las mascarillas para cambiar la forma de hacer estos encuentros previos.
Reanudación de reuniones familiares y sociales
Y aquí es donde está la mayor brecha en el artificio: las personas que no tienen miedo al contagio y solo cumplen las medidas si son multadas, recuperan rápidamente los niveles de exposición anteriores, o incluso superiores para recuperar el tiempo perdido, celebrando la posibilidad de un reunión Estas personas viven en paz sin remordimientos.
Son propensos a incumplir las medidas de seguridad y se burlan de quienes lo hacen, se ríen de los miedos ajenos, incitan activa o pasivamente a la falta de respeto hacia los demás.
Un número significativo de personas ha reducido su miedo inicial a reconectarse sin ver consecuencias inmediatas y sin poder mantener niveles de alerta y ansiedad durante largos períodos de tiempo. Para lograrlo, aun cuando observemos que el peligro no desaparece o incluso se reactiva, una estrategia mental que tenemos es convencernos de que lo que estamos haciendo está bien, que no implica riesgo y que si la realidad no es del todo segura , elige la parte de la realidad que puede sustentar ideas que no son peligrosas.
Es un recurso cognitivo que se centra en la información que nos tranquiliza o nos conviene e ignora la información que no nos interesa. Se llama abstracción selectiva. Porque si la mayor parte de la información que me digo a mí mismo está en riesgo, no me siento seguro haciendo cosas que me pongan en riesgo. O dejo de correr el riesgo o lo reduzco (si no lo hago de una manera real y efectiva, me digo a mí mismo que no hay peligro hasta que lo creo) para disminuir la incomodidad de la disonancia cognitiva.
De esta forma, si bien existe evidencia de que se trata de un riesgo, se reducen las precauciones cuando estamos con personajes famosos, confundiendo la intimidad familiar y afectiva con la invulnerabilidad, y las buenas relaciones con la falta de peligro. Sin saberlo, están recurriendo a mecanismos de negación, y como no hay peligro, no hay nada de qué preocuparse, por lo que estas medidas son innecesarias.
Emociones antes de las reuniones sociales
Y los que quieren mantener las precauciones se debaten entre su deseo de retomar relaciones normales, la presión de los demás para ser menos cuidadosos y el miedo a contagiarse y propagar el virus cediendo. Estas personas experimentan ansiedad a la hora de socializar y pueden acabar peleando o evitando las reuniones para no sucumbir a estas emociones.
Ansiedad y miedo al contagio, y miedo a ser rechazado por ser diferente, «exagerado» o «paranoico». No saber cómo lidiar con el estrés y, finalmente, ceder, por lo que el miedo a infectarse y poder propagarlo. Pero también tristeza e ira por ser incomprendido y, a veces, criticado, burlado o rechazado. Sentirse enojado (a veces mostrando una reacción agresiva) al ver a otros por precaución disfrutando de algo que no les gusta, sentirse estafado porque solo algunas personas siguen las reglas, y quienes las siguen y quienes no.
Impotentes porque no pueden hacer que los demás cumplan pero ellos se ven sometidos a presiones para no cumplir, que les generan dudas y malestar consigo mismos, una lucha interna que otros no parecen vivir. El peso de la responsabilidad sobre ellos y los efectos que se notan ya en sus relaciones por eludir reencuentros, aislarse o enfrentarse a las críticas, va haciendo mella en los “cumplidores”.
El miedo a que priorizar la salud o el temor a perderla incida negativamente en sus relaciones hace que mucha gente afronte su ansiedad y se adapte a las medidas sanitarias mayoritarias en una reunión, o incluso quede, aunque no le parezca el mejor momento, con tal de no ser “olvidado” y “relegado” de la vida social futura.
Efectos emocionales de la pandemia por haber vivido la enfermedad
Por otro lado, están los efectos psicológicos de haber pasado la enfermedad o convivir con un caso positivo, y ser tratado diferente por la gente que lo sabe, llegando a sentirse rechazados como “apestados”.
Al temor a los efectos y secuelas de pasar por la enfermedad, soledad por su aislamiento Covid, se añade la incomprensión y falta de apoyo, aislamiento posterior y rechazo de familiares y amigos. Se pueden sentir juzgados por no haber seguido suficientes medidas de seguridad que les han puesto en riesgo a ellos y a sus familiares.
Este sentimiento de alejamiento también lo pueden vivir familiares de personas muy temerosas del contagio, ya que el extremo cumplimiento de las medidas sanitarias, unido a la tensión emocional por el miedo, genera situaciones familiares incómodas y puede derivar en discusiones abiertas o en sutiles rechazos o al menos la sensación de ser evitados, por considerarlos posibles fuentes de contagio. Así además de vivir su propio miedo al contagio, estas personas notan falta de calidez, a veces brusquedad, que les transmiten los “cuidadosos” al protegerse como si fueran una fuente de contagio seguro.
Iniciar relaciones en tiempos de coronavirus
Y si esta incertidumbre y miedo nos ocurre con encuentros con personas ya conocidas, de las cuales podemos más o menos saber su nivel de cuidado en esta situación, mayor será cuando se inician relaciones en estos momentos. Personas que no sabemos si en su vida cotidiana mantienen las medidas de prevención y si son más o menos cumplidoras de lo establecido como seguro. Quienes quieren tener cercanía física o sexual con quienes no conocían de antemano deben vencer sus temores o vivirlo con gran ansiedad.
De nuevo, para vencer esta incoherencia entre los principios morales y de autocuidado y lo que acabamos ejecutando, debemos reducir la percepción de riesgo minimizando las consecuencias negativas de los actos o limitando las conductas potencialmente peligrosas.
O hacemos lo que creemos, o creemos en lo que hacemos.
Cuidar las relaciones sin descuidar la protección
Como en otras situaciones, lo primero es entender que los efectos emocionales de la pandemia son comunes aunque no las demostremos o no aparezcan por los mismos motivos o situaciones, o con la misma intensidad, pero sabemos cómo afectan y podemos cuidar y respetar a quienes sufren malestar.
También hay que aprender a mantener con asertividad las ideas que nos importan y a actuar en base a nuestros principios aunque otras personas no los entiendan o compartan. Esto supone enfrentarnos al miedo al rechazo y a las discusiones, que debemos reducir evitando adoctrinar o imponer nuestra visión. Mantener la propia idea no debe suponer desprestigiar la ajena.
Y diferenciar la elección puntual de evitar una situación de riesgo a evitar a la persona, el tomar distancia física de tomar distanciamiento emocional y el no estar de acuerdo en ciertas ideas con no tener nada en común y por tanto, romper la relación por incompatibilidad.
Se puede explicar la postura propia, preguntar por la ajena para lograr una cierta comprensión de las actitudes diferentes, pero si ninguna parte cambia su idea, la solución pasa por respetar y dejar la libertad de que el otro actúe como considere, sin contravenir mis principios, incluso cuando eso supone tomar decisiones que afectan a la interacción: por ejemplo, evitando ciertas situaciones donde no es posible mantener la seguridad, viendo menos a esas personas por un tiempo, o cambiando los lugares de reuniones. O exigiendo con respeto y asertividad que no ridiculicen sus medidas de seguridad, puesto que no daña a nadie, mientras que las críticas, la falta de apoyo, el aislamiento, y la falta de precauciones, sí.
Las decisiones suponen consecuencias, por eso cada cual debe plantearse qué prefiere obtener y de qué puede prescindir. Pero actuando coherente a nuestros valores morales, aunque luego se demuestren innecesarios o errados y podamos cometer errores, es más fácil vivir sin ansiedad y asumir mejor las consecuencias negativas que se deriven de ello. El precio emocional de ceder a las presiones en contra de nuestras creencias es mayor.
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