J.L. Martín Descalzo cita la siguiente fábula que ilustra a propósito de la autoaceptación
la importancia de conocer y reconocer nuestras limitaciones:
«Los animales del bosque se dieron cuenta un día de que ninguno de ellos era el animal perfecto:
los pájaros volaban muy bien, pero no andaban ni escarbaban; la liebre era una estupenda corredora,
pero no volaba ni sabia nadar…
Y así todos los demás. ¿No habría manera de establecer una academia para mejorar la raza animal?
Dicho y hecho.
En la primera clase de carrera el conejo fue una maravilla, y todos le dieron sobresaliente;
pero en la clase de vuelo subieron al conejo a la rama de un árbol y le dijeron: ¡vuela conejo!;
El animal saltó y se estrelló contra el suelo, con tan mala suerte que se rompió dos patas y
fracasó también en el examen final de carrera. El pájaro fue fantástico volando, pero le pidieron
que excavara como el topo. Al hacerlo se lastimó las alas y el pico y, en adelante, tampoco pudo volar;
con lo que ni aprobó la prueba de excavación ni llegó al probado en la de vuelo…»
Convenzámonos: un pez debe ser pez, un estupendo pez, un magnífico pez, pero no tiene
por qué ser un pájaro. Un hombre inteligente debe sacarle la punta a su inteligencia y no
empeñarse en triunfar en deportes, en mecánica y en arte a la vez..
Porque sólo cuando aprendamos a amar en serio lo que somos, seremos capaces de
convertir lo que somos en una maravilla.